El surrealismo de la política nacional no tiene límites cuando vemos en nuestras narices quién es el responsable de la más grande corrupción en una generación.
Todos sabemos que en el sexenio pasado hubo un responsable y se llama Enrique Peña Nieto.
Olvídese de los factureros, de los huachicoleros o los cárteles de la extorsión. Desde el principio de su sexenio, Peña organizó una mafia de gobernadores y de secretarios de estado para saquear el erario público; corrompió a universidades, entregó contratos a su empresa Higa, que construyó desde un hangar presidencial sin licitación, hasta la propia casa de “La Gaviota” en Lomas de Chapultepec.
Qué decir de la compra de una planta productora de fertilizantes en unas 10 veces su valor o las comisiones recibidas de Odebrechtpara campañas. Moches que fueron compensados con obras infladas.
El cochinero era tan grande que llegó a la locura en Veracruz, donde el Gobierno ya no pudo ocultar la apropiación directa de miles de millones por parte de Javier Duarte. Desde la cárcel el exgobernador amenaza una confesión que sería letal para Peña y obligaría al actual gobierno a actuar, algo que no hace por extrañas razones.
Una de las causas por las que llegó Peña al poder era la idea de que él pacificaría al País y lo llevaría por el camino del crecimiento. El inicio fue prometedor con reformas que alientan la participación privada en la producción de energía, la inversión en petróleo y la apertura de mercados. Esos logros se diluyeron el día en que se descubrió su estilo de vida en la revista ¡Hola!.
La imprudencia de su señora al exhibir la dimensión del lujo de su casa puso patas arriba a toda su administración. Higa ya estaba apuntada para construir el tren a Querétarofinanciado por China y perdió el negocio. La información que ya se conocía en los altos círculos financieros llegó a toda la población: Peña no había cambiado la costumbre de los gobernantes del Estado de México al apropiarse de las obras más grandes que les pasaban por enfrente.
Sabíamos de su patrocinador Arturo Montiel y su enorme fortuna, sabíamos que había sido tesorero en su sexenio y sabíamos que el PRIno cambiaría. Su regreso recargado de corrupción era imposible de ocultar.
La detención de Rosario Robles o de cualquier otro funcionario que haya participado en La Estafa Maestra, son palos a chivos expiatorios mientras no se sepa el destino de los 7 mil millones robados. Inimaginable que Peña no supiera, por el contrario, increíble que no lo hubiera diseñado o permitido él mismo. Sabía de César Duarte, de Javier Duarte, de Humberto Moreira, Rodrigo Medina, Roberto Borge, Emilio Lozoya y de todo. Un Presidente de México tiene a su alcance la información detallada de lo que pasa en el País.
Cuando se habla de combatir la corrupción también es imposible perseguirla sin llamar a cuentas al más corrupto de todos, que además parece reírse de nosotros con una frivolidad humillante.
Si el actual gobierno no lo llama a cuentas, perderá la autoridad moral para castigar a cualquier otro funcionario de menor jerarquía. ¿Cómo meter a la cárcel a un alcalde o a un empleado de Pemex, cómo castigar a militares o a policías federales, cómo hacer justicia si no se comienza por quien todos sabemos fue el verdadero responsable?