AMLO, el “dictador” que no reprime, no asesina y no desaparece
Por Alejandro Cardiel Sánchez
“No veo por qué tenemos que
esperar y permitir que un país se vuelva comunista debido a la
irresponsabilidad de su propio pueblo.”
La frase pertenece a Henry
Kissinger y la dijo en junio de 1970, unos meses antes del triunfo electoral de
Salvador Allende en Chile.
Un dictador es una persona que
se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyado en la fuerza, los ejerce
sin limitación jurídica. Un dictador ejercerá un gobierno de facto sin
someterse a ningún tipo de control. Accede al poder -invariablemente- de forma
ilegítima y se sostiene en el mismo -regularmente- mediante la represión, la
coerción, las represalias, el uso desmedido de la fuerza, el asesinato y
desaparición de sus opositores, el terror, la tortura, la persecución y en
general rompiendo con todo el orden legal establecido en detrimento de la
ciudadanía.
En América Latina, tenemos una
larga cauda de dictaduras, sostenidas a sangre y fuego y financiadas,
propiciadas, auspiciadas y asistidas por los gobiernos estadounidenses en
turno. Se ha comentado en más de una ocasión que Estados Unidos nunca ha tenido
un golpe de estado para imponer a un dictador, porque ellos no tienen embajada
gringa en su suelo.
En Paraguay padecieron la
dictadura de Alfredo Stroessner, cuyo legado fue, de acuerdo con la Comisión de
Verdad y Justicia de aquel país, de casi 20 mil personas detenidas, de las
cuales más de 18 mil sufrieron torturas, más de 20 mil personas sufrieron el
exilio, hubo 459 desapariciones forzadas y un número indeterminado de
asesinatos cometidos por su régimen pero que se calculan en el orden de los 20
mil.
En República Dominicana, sentó
sus reales Rafael Leónidas Trujillo, considerado uno de los dictadores más
sanguinarios de que se guarde memoria. Según datos del Centro Nacional de
Registro de Víctimas, Torturados y Desaparecidos, que opera en el Museo de la Resistencia
de Dominicana, Trujillo habría sido responsable de la muerte de más de 50 mil
personas de un número indeterminado de desapariciones forzadas así como de la
tortura de muchos de sus ciudadanos.
En Nicaragua, la dinastía
Somoza aterrorizó a su país (de poco menos de 3 millones de habitantes) con un
total estimado de 50 mil personas asesinadas, 30 mil desaparecidas y varios
miles más torturados de manera por demás salvaje, también en el contexto de la
“Operación Cóndor” que se caracterizó por los llamados “vuelos de la muerte”,
Anastasio Somoza arrojó disidentes, no al mar, como se haría tiempo después en
Chile, sino a cráteres de volcanes activos.
En Haití, la dinastía de los
Duvalier por medio de fuerzas paramilitares, asesinó a una cantidad estimada de
entre 40 y 60 mil personas. Convirtieron a Haití en el país más pobre del
continente. Asesinaron y torturaron a sus anchas. Fueron acusados de crímenes
de lesa humanidad.
En Argentina, Jorge Videla
-tristemente célebre por su frase “Son una incógnita, no tienen entidad, no
están ni vivos ni muertos” en respuesta a un reportero que lo cuestionó sobre
los desaparecidos de su régimen- reconoció que durante su dictadura hubo entre
7 y 8 mil muertos y como siempre, una cantidad indeterminada de desaparecidos.
También, hubo sustracción de menores que fueron dados en adopción a familias de
la élite argentina.
En Chile, Augusto Pinochet
-acaso el rostro más famoso de un dictador latinoamericano- asesinó y
desapareció a más de 3 mil personas. Este caso en particular, llama la atención
por la abierta intervención que tuvieron los Estados Unidos y por la frase que
dijera Kissinger sobre la supuesta irresponsabilidad de su pueblo que de manera
democrática acudió a las urnas para votar por Salvador Allende.
En México, “el chacal”
Victoriano Huerta pudo imponerse en contra de la voluntad popular asesinando al
entonces presidente Francisco I. Madero. Huerta, con el infame “Pacto de la
Embajada”; contó con el apoyo y asistencia del embajador norteamericano Henry
Lane Wilson -primo de Arthur Bliss Lane, el embajador estadounidense en
Nicaragua que fraguó el asesinato de Augusto César Sandino y apuntaló la
dictadura de Somoza.
Esta imposición desató lo que
a la postre se conocería como “la segunda Revolución Mexicana” que terminó con
el triunfo de Carranza y la redacción de la Constitución de 1917 que es la que
nos rige hoy día.
México, a partir de entonces
ha recorrido un larguísimo camino para afianzar su Democracia. La imposición de
Carlos Salinas en la presidencia cimbró al país hasta sus cimientos. Mario
Vargas Llosa, intelectual orgánico y pro sistema, mencionó en 1990 que México
era una “Dictadura Perfecta”, “no con la permanencia de un hombre, sino de un
partido”.
La alternancia en el año 2000
con Vicente Fox decepcionó enormemente a los mexicanos y en 2006 asistimos a
las urnas en medio de un ambiente descompuesto por una “guerra sucia” sin
precedentes que hundió al país en una vorágine de polarización de la cual no
conseguimos salir aún. Fue, el Partido Acción Nacional y su candidato Felipe
del Sagrado Corazón de Jesús Calderón Hinojosa los que trajeron a nuestro país
las llamadas “Campañas de Contraste” y son justamente ellos los que hoy día se
quejan amargamente de lo que ellos mismos provocaron.
¿Cuál es el legado de Felipe
Calderón en nuestro país? Según Francisco Cruz,¹ “la guerra contra el
narcotráfico, que García Luna estructuró y ejecutó con mano de hierro al lado
de Calderón, dejó en seis años al menos 121 mil 683 muertos, más de 26 mil
desaparecidos, 40 mil huérfanos, siete mil homicidios por razón de género, casi
cuatro mil (mujeres) desaparecidas, 3 mil 847 feminicidios, cuatro mil
asesinatos de niños, 70 masacres colectivas, 63 asesinatos de defensores de
derechos humanos, ejecución de al menos 15 activistas, 6 mil 314 secuestros, 60
periodistas asesinados, 15 desapariciones forzadas de periodistas y cerca de
200 funcionarios asesinados “.
En el mejor de los casos,
Calderón deja a México con más muertos y desaparecidos que las feroces
dictaduras de los Somoza y los Duvalier juntos.
En 2018, los mexicanos
elegimos cambiar de régimen. Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia
con una votación histórica. Los cambios que ha venido trabajando responden a
las necesidades y los anhelos de la mayoría de la población. Las encuestas
elaboradas por los medios afines a los regímenes anteriores le siguen
reconociendo un apoyo superior al 50%.
¿Cómo responde la oposición a
este apoyo popular?
Con un discurso de odio sin
precedentes.
A falta de elementos, critican
absolutamente todo lo que hace el presidente. Todo. Sin argumentos ni razones.
Mienten, desvirtúan, falsifican, engañan, tergiversan, falsean, magnifican los
errores (que los hay), y más.
Hablan de corrupción que nadie
puede documentar de manera seria y responsable. Escriben libros atacando la
estrategia de salud ante la pandemia, comparando a López Gatell con el nazi
Joseph Mengele y hacen el ridículo comparando las cifras de muertos por la
pandemia con los muertos durante el sexenio de Felipe Calderón.
En el segundo país con más
personas obesas en el mundo, la oposición compara las cifras de muertes por
pandemia con las familias asesinadas en un retén militar inconstitucional. Así
el nivel de su razonamiento.
Hoy por hoy, en todos los
medios de comunicación tratan de imponer la percepción de que el presidente es
un dictador. Y en un acto de cinismo sin par, es precisamente Felipe Calderón
quien sale a hacer esas declaraciones.
Los procesos democráticos son
complejos y de largo aliento. Como ciudadanos podemos equivocarnos, tal como lo
hicimos con Fox o con Peña Nieto. También podemos rectificar el camino y dar un
golpe de timón tal como sucedió en 2018. ¿Nos equivocamos al haber elegido a
López Obrador como presidente? Mi opinión personal es que no. Sin embargo, será
la historia y el tiempo lo que nos permitirá ver este momento en perspectiva.
Los que hoy abiertamente piden
la intervención de la Organización de Estados Americanos, los que le escriben
cartas a Biden pidiéndole una intromisión directa en contra del presidente y
del país, aquellos que piden y desean la muerte del presidente, deberían ser
considerados como Traidores a la Patria.
No se equivoquen, en México ya
hemos vivido dictaduras feroces. Operativos como la “Iniciativa Mérida” o
“Rápido y Furioso” son sólo dos ejemplos de lo que nos espera si Acción
Nacional llega a de nueva cuenta a una posición de poder.
Podremos estar o no de acuerdo
en cómo ejerce la presidencia López Obrador, sin embargo, debemos de
responsabilizarnos como ciudadanos y dirimir en las urnas nuestras diferencias.
La responsabilidad incluye
elegir a las personas más preparadas para los puestos que están en juego. La
experiencia de trabajo, los liderazgos sociales y más son necesarios e
indispensables para el trabajo por hacerse.
Elegir a alguien por su
aspecto físico, por su fama de actores o por sus bailes (casi siempre
denigrantes y ridículos) no abonaran en nada a la democracia que pretendemos
construir.
Este próximo 6 de junio
votemos por los más de 20 mil puestos de elección popular.
Cada país tiene a los
representantes que merece. Votemos con responsabilidad.
Con información de Polemón