Por Gabriela Tapia.
En un abrir y cerrar de ojos nos acercamos peligrosamente en México a un hiper- presidencialismo muy al estilo del viejo PRI, en el que los pesos y contrapesos establecidos constitucionalmente a través del órgano legislativo, judicial y la federación se diluían en los deseos y mandatos de una sola persona, el presidente. Este periodo de nuestra historia, que ocupa seis décadas (de 1934 a 1994) se explica sobre todo de acuerdo con Carpizo y Weldon, por tres condiciones extra constitucionales:
1. gobierno unificado: el presidente (del PRI) tenía mayoría en ambas cámaras
2. disciplina partidaria al interior del PRI
3. el presidente como líder del partido
El gobierno unificado resulta primordial para el presidencialismo ya que en México la Constitución establece que el presidente requiere para casi todo (reformas constitucionales, el presupuesto, designación de jueces, encargados de organismos autónomos entre otros), la aprobación de la Cámara de Diputados y de Senadores. La disciplina partidaria también es nodal en el funcionamiento del presidencialismo, ya que aunque exista gobierno unificado, si los legisladores son indisciplinados las aprobaciones no están garantizadas y entonces el sistema de pesos y contrapesos entra en marcha. La tercera condición, del presidente como líder del partido, es fundamental ya que cuando las designaciones de candidaturas de un partido hegemónico dependen del líder del partido, el futuro político de todos sus miembros dependen también del presidente, lo cual garantiza disciplina partidaria.
Fue hasta 1994, con Zedillo, que el presidente dejó de ser líder del PRI y en 1997 que el PRI perdió mayoría en la Cámara de Diputados, que damos por terminada este autoritario periodo de nuestra historia.
Sin embargo, las condiciones actuales de pesos y contrapesos dejan mucho que desear respecto al tema. Retomando las tres condiciones establecidas por Carpizo y Weldon, podemos decir sobre la primera, que actualmente López Obrador cuenta en la práctica con mayoría absoluta en ambas cámaras. Sobre la segunda, sin duda existe una alta disciplina partidaria al interior de Morena y sobre la tercera, aunque en teoría Yeidkol Polensky es presidenta del partido, definitivamente López Obrador es el poder detrás del partido.
Si a esto sumamos una fiscalía general que en teoría debería ser independiente pero no lo es, la terna de ministros de la Suprema Corte de Justicia, las descalificaciones de López Obrador a los órganos autónomos (INAI y la propuesta incluso de desaparecer el INEE), las ternas a modo para dirigir la CRE (Comisión Reguladora de Energía), y los programas asistencialistas que están poniéndose en marcha, pareciera que en México estamos retrocediendo en lugar de avanzar en materia de división de poderes y transparencia y rendición de cuentas. Pongamos atención en estos pequeños detalles, los pesos y contra pesos son la espina dorsal de la democracia.