El triste caso de Aristegui y su desprecio por quienes la defendieron

OPINIÓN

El triste caso de Aristegui y su desprecio por quienes la defendieron

El triste caso de Aristegui y su desprecio por quienes la defendieronZMG /Miércoles, 16 de febrero del 2022


Por Jorge Gómez Naredo.

A partir de la publicación del “reportaje” de Carlos Loret de Mola y de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), donde se especula que el hijo de Andrés Manuel López ObradorJosé Ramón López Beltrán, “probablemente” incurrió en conflicto de interés y en tráfico de influencias, se debió abrir un debate sobre la libertad de expresión, el periodismo, su ejercicio y la forma en cómo el gobierno se debe relacionar con la prensa.

Al menos, a mi modo de ver, esa debió haber sido la discusión. Y me parece que fue un poquito, pero no lo suficiente. Además, también se debió de debatir sobre Carmen Aristegui y la forma en cómo difundió el “reportaje”. No porque no pudiera ella hacerlo, sino porque ella poseía un prestigio que hacía pensar que no lo difundiría.

Aquí busco tocar ambas cuestiones de forma breve.

¿Por qué no debatir de periodismo?

La pieza que se presentó como “reportaje” tiene graves problemas para ser considerada como tal. Y por supuesto que no cumple con las cuestiones mínimas para ser un “periodismo de investigación”.

En el periodismo, el reportaje es visto por muchos como el género más acabado, más fino, más preciso e importante. El género que ha posibilitado destapar actos de corrupción e injusticias, visibilizar problemática y presionar a gobiernos, empresas y actores sociales para que actúen, rectifiquen o se sensibilicen.

El reportaje como género periodístico es el más “letal” para quienes abusan del poder. Ha tirado ministros y hasta presidentes. En todas las escuelas de periodismo siempre se menciona la obra Todos los hombres del presidente, de Carl Bernstein y Bob Woodward, y que provocó el derrumbe de la gestión de Richard Nixon, quien tuvo al final que renunciar al cargo de presidente de los Estados Unidos.

Bob Woodward y Carl Bernstein ganadores del Premio Pulitzer por su cobertura del caso Watergate, en la redacción del Washington Post el 7 de mayo de 1973

Todo periodista, pues, sueña con investigar y hacer un reportaje que destape algo e impacten en la vida de su comunidad, entidad o país. Al menos todo periodista que tiene realmente una convicción periodística.

Pero el periodismo de investigación es complicado. No tanto por las horas en que uno se puede pasar investigando, sino porque muchas veces, todo ese tiempo y ese trabajo enorme que se ha gastado, resulta inútil. Y es que, muchas veces, la falta datos, los amarres o algo, impiden publicarlo.

A veces, el periodismo de investigación es un callejón sin salida.

La responsabilidad del periodista (y más del de investigación) es no mentir ni presentar algo con la intención de provocar falacias. Esa es una de las reglas más importante del periodismo en general y del de investigación en particular. Y además, la pieza periodística del reportaje debe presentar el mayor número de voces, analizar las posturas, confirmar, ahondar, profundizar. Y verificar. El clásico libro de Bill Kovach y Tom RosenstielThe elements of Jounalism, establece que, al final, el periodismo se diferencia de la propaganda por la cuestión de la verificación. Y menciona en dicho texto una frase que bien puede quedar para el reportaje de Latinus: “La propaganda selecciona hechos o los inventa para que sirvan a su real propósito: persuadir y manipular”. Eso fue lo que hicieron.

Ahora bien, una norma básica en el periodismo, no sólo el de investigación, sino cualquiera, es que se consulten a las partes en conflicto. Como lo mencionó Alex Grijelmo en su libro El estilo del periodista: “Una norma elemental de cualquier periódico riguroso consiste en hablar con todas las partes implicadas en un acontecimiento informativo”. Y eso no hace ni Latinus ni MCCI ni Aristegui Noticias.

¿Acaso no se pudo verificar el dato de que el alquiler fue eso, un alquiler, y no “un préstamo de la casa”? ¿Acaso no se pudo preguntar a la agencia inmobiliaria si era alquiler, y si había alguna irregularidad en él? ¿Acaso no se pudo contactar a Carolyn Adamspara preguntarle eso?

Según aseguró Raúl Olmos con Aristegui,  el reportaje se construyó en un año. ¿En un año no pudieron conseguir que el “alto ejecutivo” deBaker Hughes, Keith Schilling,aclarara si conocía o no a José Ramón? El correo de él es público, e incluso él pide que se comuniquen con él.

El periodista Raúl Olmos de MCCI. Foto: Especial

No se hizo nada de eso. Y eso no sólo es falta de rigor, es manipulación.

El reportaje de Latinus/MCCI, el cual difundió con tanta enjundia Carmen Aristegui, es un amasijo de elucubraciones, que son indignas del periodismo.

¿No pudieron hacer un análisis serio de los contratos que Baker Hughes había firmado con Pemex? ¿No pudieron leer las más de 5 mil páginas de los contratos que se dieron entre 2017 y 2020 entre la paraestatal y la empresa estadounidense, los cuales pueden consultarse en la plataforma nacional de transparencia y en Pemex más transparente? ¿Por qué no mencionaron que el contrato de Pemex, el único que se ha firmado en el gobierno de AMLO, se hizo en licitación pública?

Todas esas cuestiones no son “inconsistencias” o “errores”. No, eso se hizo con dolo, y el dolo no es una práctica periodística. Al ocultar información MCCI, Carlos Loret y Carmen Aristegui mintieron. Y mentir es la peor práctica en la cual puede incurrir un periodista.

Los autores del reportaje pudieron contextualizar el texto, contar que la historia de Baker Hughes en México es larga. Incluso Peniley Ramírez, que se presenta como una verdadera periodista de investigación, lo pudo colocar en su primer artículo de opinión en Reforma que, a pesar de ser un artículo de opinión, se presentó como obra maestra del periodismo de investigación moderno en México.

Loret de Mola y Peniley Ramírez en una mesa de debate. Foto: Especial.

Lo que se menciona en prácticamente todos los textos son inferencias. Posibilidades. Probabilidades. Y eso no es periodismo de investigación. Hay datos, sí, pero un dato significa sólo el dato, no la posibilidad de un algo que no está demostrado. Además, los datos son escasos y están acomodados no para conocer y contextualizar, sino para que quien lea el texto, infiera algo, y ese algo es: AMLO es corrupto.

El reportaje no es siquiera “incompleto”, como lo han afirmado varios articulistas. No, es una pieza que no cumple con los mínimos para publicarse. Y su intención fue muy obvia.

La periodista Carmen Aristegui. Foto: Especial.

¿Usaron a Carmen o Carmen decidió usarse?

Como lo señaló Ernesto Ledesma -con quien tengo diferencias sobre ciertos temas pero a quien reconozco como un buen periodista- en un hilo de Twitter, al publicar el “reportaje” de de Latinus, Carmen Aristegui tomó, además de una decisión editorial, una posición política.

Latinus es un medio de comunicación que surgió para golpear al gobierno de AMLO. Y para ser los personajes más visibles del medio contrataron aCarlos Loret de Mola y a Víctor Trujillo. Tienen una agenda, y producen un periodismo (especialmente ellos) cuestionable. ¿Tienen el derecho de hacerlo? Por supuesto: México vive un momento de libertad de expresión radical. Pero también las audiencias tienen el derecho a criticar y expresar qué piensan de sus conductores.

MCCI, sin duda, es una de las asociaciones más polémicas de este país. Es usada para golpeteo. Nadie lo puede negar. Y tienen el derecho de hacerlo. Nadie, absolutamente nadie, se lo ha impedido en este gobierno. Pueden decir lo que les dé la gana. Presentar los amparos que les dé la gana. Decir las barbaridades que les dé la gana. Pero la gente tiene el derecho a exhibirlos.

Y en la gente se incluye al presidente.

María Amparo Casar y Claudio X. González entre otros integrantes de Mexicanos contra la Corrupción e Impunidad. Foto: Revista Chilango.

Aristegui decidió emprender una batalla con estos dos “aliados”. Y lo hizo con fuerza: la cobertura que le ha dado al “tema” José Ramón lo demuestra. Si hubiera sido un reportaje de condiciones periodísticas excepcionales, la alianza se justificaría. Pero se dio con un texto que cualquier estudiante de primer semestre de periodismo puede destrozar.

Y eso no es un “engaño” a Carmen, es una posición política de Carmen. Y ella también tiene el derecho de decir y hacer lo que le venga en gana, así comola gente tiene el derecho de criticarla y de expresar con un HT como “ApagaAristegui” su pensar.

Suelen defender a las audiencias hasta que las audiencias se expresan.

Así pues, Carmen Aristegui no es ninguna ingenua. Sabía lo que hacía.Sabía que el reportaje no tenía calidad. Lo sabía y aún así optó por consolidar la alianza editorial con Latinus y MCCI.Está en su derecho. Pero al hacerlo, echó por la borda un prestigio que, si bien maltratado ya, aún tenía.

AMLO no está “aniquilando” su reputación, como el jueves dijo la periodista. La única culpable de ese aniquilamiento es ella. Si hay que encontrar a un culpable, que se ponga frente a un espejo.

La victimización o cómo todo gira entorno a nosotros, las vacas sagradas

En la academia, y en general en otros campos, “vacas sagradas” se refiere a autoridades en la materia a las cuales no se les puede ni debe criticar.Porque son sagradas. Y grandes, tan grandes como una vaca.

Carmen Aristegui es una vaca sagrada. Representó, en el pasado reciente, una voz que abonó a la pluralidad periodística. Eso nadie se lo puede disputar. Está ahí, en el pasado. Y seguro será parte de la historia del periodismo en México.

La gente confió en ella. Le gustó su estilo. La forma de entrevistar. Las noticias que daba. El interés en consultar muchas voces. Lo incisivo de sus comentarios. Además, Carmen tuvo una ventaja: se compenetró bien con sus audiencias. La gente la reconoció, y cuando fue censurada, esa gente le dio la mano. La ayudó. Alzó la voz. Y hasta se movilizó. Algo raro: la gente no se suele movilizar cuando se tratar de defender a un periodista.

Así ocurrió. Y por eso, esa gente, no sólo fue su escucha (es decir, su audiencia), sino también entendió que era compañera de Carmen. Hoy mucha de esa gente no entiende qué le pasó a Carmen, dónde fue que se extravió.

El rechazo a Carmen viene de tiempo atrás. La gente no quería que alabara a AMLO o que fuera su más férrea defensora. Sólo buscaba que Aristegui siguiera siendo Aristegui. Pero poco a poco fue cambiando. O lo hizo de repente. Y comenzó a faltarle al respeto a sus audiencias. Muchos de quienes dijeron que eran en un de SignaLab, en realidad eran de esos escuchas que la defendieron y que se manifestaron afuera de las instalaciones de W Radio y MVS para que no la corrieran.

Eso dolió. Y mucho. A las audiencias, claro está.

Después vino eso de los colaboradores tan cargados hacia un lado. La gente no buscaba que los analistas de Aristegui fueran todos a favor de AMLO. Nunca lo pidió. Pero sí pretendió que, en su programa, se refleja la pluralidad de pensamiento respecto a lo que sucede en el país. Y no hubo eso. Sí, están Fabrizio Mejía Mardid y Lorenzo Meyer, pero eso fue nada más para acallar crítica y decir: “sí, sí, somos plurales”. De martes a viernes, análisis sesgados y evidentes mentiras. El lunes un poco de “pluralidad”.

Eso fue también una burla para las audiencias.

Y la mayor afrenta (hasta ahora), sí, fue lo de Carmen unida a Carlos Loret y a MCCI. Repito, si hubiera sido un texto excepcional, un reportaje de esos que son ejemplares, se vale. Pero era un texto no flojo, sino impresentable, periodísticamente hablando.

Carmen sabía que el texto no demostraba nada, pero dejaba la percepción de que todo en el gobierno de AMLO estaba podrido.

Difundirlo fue un acto de gigante irresponsabilidad periodística.

Las vacas sagradas, cuando caen, caen más fuerte.

Carmen Aristegui charla con jóvenes en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Foto: Natalia Fregoso/FIL

El desprecio a las audiencias

En redes sociales, la mayoría de la gente recibe ataques. Cualquiera. Si uno se mete a una conversación en Twitter, hay cuentas que te dicen“chairo” o “chayotero” o “lamehuevos” o muchos otros insultos.

No debe ser, pero es.

Twitter, y en realidad la mayoría de las redes sociales, son terribles. Hay gente que ahí expone de forma brutal su odio, su racismo y su clasismo. Y hay también empresas que se dedican a eso.

Para en todos lados es eso y en todos los temas. La cuestión es que, desde el programa e Aristegui, parecería que todo es contra Carmen, y que las audiencias críticas, se volvieron bots. Y agresores. Y atacantes. Y lo peor.

La periodista Carmen Aristegui. Foto: Melinda Llamas

Carmen Aristegui se ha victimizado de una forma brutal, y ha usado el caso de la violencia contra periodistas (que jamás tendrán su posición de poder) para esa victimización. Eso es muy ruin. Y me imagino que ella es consciente de eso.

El poder de Carmen es mucho. Es parte del cuarto poder. Y decirlo no es descubrir algo. Ella lo sabe. La gente que la rodea lo sabe.

Ignacio Ramonet, que siempre escribe de forma inteligente, una vez estableció que esa división tan clásica del poder (legislativo, ejecutivo y judicial) es un algo del pasado. Ahora, los poderes son el político, el económico y el mediático.Carmen es parte de es poder mediático. Ella lo sabe. Y lo usa.

El periodista Ignacio Ramonet. Foto: Especial

Compararse o comparar “las agresiones” que recibe con las de periodistas que viven condiciones muy pero muy distintas a las de ella, eso es una falta completa de ética.

El último “análisis” de signaLab, que ella difundió ampliamente, es prácticamente ponerla en la misma situación de vulnerabilidad que a cientos de periodistas en regiones del país, donde se la tienen que ver con el narco, con políticos asesinos o con grupos violentos.

Las condiciones son distintas, y usar eso para pensarse como una víctima igual que esos periodistas, es una indecencia.


Por supuesto que nadie debe recibir amenazas ni agresiones ni insultos en redes sociales. Es inaceptable. Pero ella no es la única. En redes hay mucho de eso. Es terrible. Y se deben erradicar estas conductas. Pero para visibilizarlas, no es justo que se haga sólo cuando me afecta, poniendo silencio en las muchas agresiones que otros actores, dentro de la palestra pública, también sufren.

No contar toda la historia, también es mentir.

Carmen Aristegui. Foto: Cuartoscuro

Ahora bien, que la gente ponga“#ApagaAristegui”, pues está en su derecho de movilizarse. Y mucha de esa gente que hoy dice eso, fue la misma que, hace unos años, gritaba con mucha fuerza y convicción “en defensa de Aristegui” y “te queremos, Aristegui”.

Y eso, pues sí, es muy triste.