Redacción
Miriam Rodríguez es una madre
que perdió un día a su hija cuando la secuestraron; pagó por su rescate pero
jamás la devolvieron. Tenía 20 años y su muerte marcó a la de Miriam para
siempre.
El 23 de enero de 2014 Karen
Salinas Rodríguez fue privada de su libertad en el municipio de San Fernando,
Tamaulipas. Varios hombres armados le bloquearon el paso cuando iba en su auto
y se la llevaron por la fuerza. Después de cobrar varios rescates a su familia,
prolongando su esperanza, la asesinaron sin dar siquiera una pista de su
paradero.
En su desesperación, Miriam
llegó a concertar un encuentro con un integrante de los Zetas en un pequeño
restaurante del pueblo. Le rogó que le devolvieran a su hija. Él le dijo que
necesitaba 2 mil dólares y la ayudaría. Ella pagó sin dudar, pero Karen no
volvió y a los días el joven simplemente dejó de responderle.
Bastó saber que el joven era
conocido como Sama para que, al cabo de unas semanas, Miriam pudiera
encontrarlo en redes sociales. Comenzó a investigarlo, revisar sus fotos,
identificar a sus contactos, su novia, sus amigos. Ese fue el primer hilo, el
comienzo de una incansable investigación que Miriam llevó valientemente hasta
sus últimas consecuencias.
Durante años, desde 2014, con
los más variados disfraces, identificaciones falsas y portando siempre una
pistola, la madre acechó con una meticulosa obsesión a los responsables del
asesinato de su hija, llegando a lograr que la mitad de ellos llegara a la
cárcel en un país marcado por la impunidad.
Con paciencia y su objetivo
claro, llegó a cortarse y pintarse el pelo, hacerse pasar por funcionaria
electoral, encuestadora y trabajadora de salud, todo con tal de conseguir los
nombres y direcciones de los asesinos. Llegó también a conocer a sus familias
mediante excusas, logrando que abuelas y primos le dieran los más mínimos
detalles de ellos sin sospechas.
Ella registraba cada dato en
un cuaderno que guardaba en un maletín negro. Así rastreó uno por uno a los
responsables, logró conocer sus hábitos, sus ciudades de origen, su infancia,
sus amistades. Sabía, por ejemplo, que antes de sumarse a las filas de los
Zetas e involucrarse en el secuestro de su hija, uno de ellos había vendido
flores en la calle. Lo atrapó así, en el paso fronterizo, cuando él había
intentado huir de su vida delictiva. Durante aproximadamente una hora lo
sometió con su arma hasta que la policía llegó y lo detuvo.
En apenas tres años, Miriam
logró llevar tras las rejas a casi todos los que le habían arrebatado a Karen.
Al igual que el vendedor de flores, otros habían intentado abandonar el oficio
de matar: uno había renacido como cristiano, otro se dedicaba a vender coches,
otro era taxista, una trabajaba como niñera.
Una decena de criminales
fueron encarcelados por la madre en su desesperada búsqueda de justicia, se
había convertido en todo un ícono del activismo, encarnando la lucha de miles
de madres, padres, hermanos que han perdido una parte de su sangre a manos del
crimen organizado.
A la vez, esa fama volvía
vulnerable a Rodríguez: nadie se había atrevido a desafiar de esa forma a los
cárteles del narcotráfico, especialmente a uno tan despiadado y sanguinario
como el de los Zetas, y mucho menor cazar y encarcelas a sus integrantes.
De esos sujetos acudieron a
bordo de una camioneta hasta la casa de Miriam el 10 de mayo de ese año, justo
el Día de las Madres, y la mataron a balazos justo afuera de la vivienda.
Miriam recibió 13 balazos. Su esposo, que miraba la televisión adentro, la
encontró boca abajo en la calle, con la mano en su bolsa junto a la pistola que
siempre llevaba consigo.
Su caso sumió en un silencio a
San Fernando, una comunidad marcada por la violencia del crimen organizado,
escenario de la masacre de 72 migrantes en 2010, innumerables secuestros, fosas
masivas por doquier. Hasta que en 2020 volvió a ser sacudido por un caso similar
al de Karen, cuando Luciano Leal Garza, un adolescente de 14 años, fue
secuestrado tras ser engañado con un perfil falso de Facebook.
Al igual que con Karen, la
familia de Luciano pagó varios rescates sin que el menor de edad les fuera
devuelto. Su caso llegó hasta oídos de Luis, el hijo de 36 años de Miriam
Rodríguez, quien no pudo evitar el llanto al enterarse.
Al adolescente lo buscaron
familiares y vecinos incansablemente, hasta que las autoridades encontraron su
cuerpo sin vida el pasado mes de octubre, en una fosa de poca profundidad
pasando una arboleda de acacias al norte de San Fernando. El lugar había sido
cubierto con basura por los asesinos.
El caso de Luciano removió
algo entre los habitantes de San Fernando, que esta vez decidieron romper el
silencio y alzar la voz para exigir justicia. Organizaron brigadas de búsqueda
con voluntarios, su familia viajó hasta la Ciudad de México para presionar al
gobierno, que envió a soldados e intensificó la búsqueda, hasta que finalmente
encontraron el cuerpo de Luciano.
Con información de Debate