Emanaba un olor putrefacto de la calle Sur 71-A de la Colonia Justo Sierra, por el rumbo sur de la Ciudad de México, que provenía de un lote baldío aledaño a la casa 508. Vecinos pensaron que eran pollos ya que había una granja a unos trescientos metros.
Fue el 19 de julio de 1971, el día del hallazgo, cuando los vecinos pidieron al empleado de limpia pública que se deshiciera de un enorme costal causante del mal olor.
El trabajador tapándose la nariz con un pañuelo, se acercó hasta el costal de más de un metro de largo y 60 centímetros de ancho, que tenía la leyenda: "Conasupo. Maíz y frijol. Capacidad: 90 kilogramos". El hombre intentó abrir el costal pero el olor fue tan fuerte que no logró ver lo que contenía y se alejó del terreno. Llamó a la policía porque presentía que algo andaba mal.
Policías preventivos cubrieron su nariz para poder acercarse a abrir el misterioso costal. Brotaron moscas verdes y un pie humano protegido con un calcetín azul. La sorpresa dentro del bulto eran dos piernas separadas del tronco decapitado. Buscaron la cabeza sin resultado.
Con sus huellas digitales se identificó a la víctima, un peluquero de 53 años con antecedentes penales que utilizaba varios nombres: Pablo Díaz Ramírez, Pablo Díaz Gallegos, Rafael Díaz Ramírez, Pablo Díaz Rincón y Pablo Ramírez Gallegos. Según los archivos policiacos era un tipo atlético, 1.80 de estatura, moreno claro, semicalvo, tipo mongol, facciones duras y toscas, con estudios hasta tercero de primaria, abstemio, no fumador y gran aficionado al boxeo y a la lucha libre. Los peritos señalaron como armas homicidas una ceguera, un hacha y un cuchillo; y que las piernas le fueron desprendidas del resto del cuerpo cuando aún estaba con vida. Los legistas señalaban que por lo menos dos personas habían participado en el sangriento crimen. "Es a primera vez que veo un asesinato como éste",
Tras indagar, encontraron que su esposa era María Trinidad Ruiz Mares y vendía tamales en la vía pública frente a la panadería “La Tapatía” en la esquina de Ermita Ixtapalapa y Emiliano Zapata, en la Colonia Portales, y que vivía en la calle de Pirineos número 15.
Al arribar al domicilio se encontraron con María:
"—¿Qué se les ofrece?
—¿Es usted Trinidad, la esposa del peluquero Pablo Díaz Ramírez?
—Sí, señor.
—¿Dónde se encuentra él?
—No sé, se fue a trabajar desde el sábado y no ha regresado.
—¿Tiene idea de dónde lo podemos localizar?
—No señor, con frecuencia deja de venir a la casa. Tal vez no dilate.
—Señora, su esposo está muerto."
Según escrito con sangre, los policías esperaban una reacción habitual, que la mujer llorara o se pusiera histérica; pero ella permaneció indiferente y sus ojos brillaron de pronto. "Malignamente, reflejando un rencor de siglos", comentó un policía.
“La tamalera” los acompañó a la Jefatura de Policía.
"—Cuéntenos si su esposo tenía enemigos.
—Sí, señor. En las últimas semanas lo noté bastante nervioso. Me dijo que en tres ocasiones lo habían detenido por vender marihuana, y cuando se quiso retirar del negocio lo amenazaron.
—¿Sabe los nombres de esos hombres?
—No señor, me dijo que lo citaban en la Arena Coliseo durante las luchas. Pablo era muy aficionado.
—¿Tenía usted pleitos frecuentes con él, señora?"
Trinidad enmudeció por unos momentos. Pensó lo que iba a decir y con voz entrecortada repuso:
"—Sí, señor. Sabe, Pablo fue mi segundo esposo. Me separé del primero porque me engañaba en mi propia casa. Conocí a Pablo en la peluquería donde trabajaba, en la calle Emiliano Zapata, cerquita de donde vendía yo los tamales. En una ocasión que llevé a mis hijos a pelar, Guillermo, Reina y Mario, de 6, 10 y 11 años, me dijo que le buscara a alguien para que le lavara su ropa y las filipinas del negocio.
Relató Trinidad que durante un tiempo le lavó la ropa, que iba a dejarle cada semana el peluquero hasta Pirineos 15, y de estas frecuentes visitas nació entre ellos una estrecha amistad, hasta que se fueron a vivir juntos.
—¿La aceptó con sus tres hijos?
—Sí, señor.
—Le pregunté si sostenía frecuentes riñas con él, señora."
La mujer se puso nerviosa y comentó que frecuentemente peleaba con ell hombre. Contó que él no quería a los niños y los maltrataba. Señaló que el sábado 17 de julio, el peluquero le dijo que la dejaría por otra mujer.
"—Eso me dio mucho coraje. Después de que casi no trabajaba y se pasaba el día en casa acostado, me quitaba los 120 pesos que ganaba diariamente con la venta de los tamales y sólo me dejaba 15 pesos para el gasto. Por las noches se iba al cine, al box o a las luchas, y además les pegaba a mis hijos, me dio mucho coraje.
—¿Por eso lo asesinó?"
Ella respondió:
"—Sí, señor, por eso lo maté. Lo merecía.
—Cuéntenos cómo sucedió todo.
Confesó que ese día Pablo había golpeado brutalmente a los niños y los mandó a dormir sin cenar.
—Eso me dio mucho coraje. Le reclamé el por qué no me dio a mí la queja y me dijo: “Ya estoy fastidiado de estos escuincles latosos. Lárgate con ellos. Me conseguiré otra mujer y nos separaremos”.
Los hechos ocurrieron a las 11:30 de la noche, el hombre se durmió tras observar la televisión, Trinidad lo observó, con coraje recordó lo que había ocurrido hace unas horas y lo golpeó con un bate que tenía guardado.
"—Oí que se quejaba; como que roncaba, pero ya no se pudo mover. A continuación le di otro golpe en la cabeza y quedó como muerto. Yo estaba como loca. Le di otro pensando que ya estaba muerto. Al verlo sobre la cama me dio miedo y pensé en desaparecer el cuerpo. Recordé que tenía un costal grande de la Conasupo y traté de meterlo allí, pero no pude. Cogí entonces el hacha que me había prestado un día antes la dueña de la casa para partir la leña y comencé a cortare las piernas. Él se seguía quejando."
El padrastro comenzó a convulsionarse al segundo batazo, dos golpes más y en cuestión de segundos pasó al estado de coma. La mujer hacía ruido todas las noches al trabajar la masa por lo que no se sospechó del hecho.
"—¿Quién la ayudó?
—Nadie, señor, yo sola hice todo. Nadie me ayudó.
—¿Qué hizo después?
—Luego quise meter al costal el cuerpo y me fijé que la cabeza no cabía, por eso también se la corté. Cosí el saco con ixtle. La cabeza la puse a hervir.
—¿Quién la ayudó?
—Nadie, señor, nadie. Esa es la verdad.
—¿En qué tiempo hizo todo esto?
—No sé, señor, tal vez en dos horas, no sé muy bien."
Las autoridades al no creer la haya realizado el crimen sola arrestó a su hijo y su yerno, quienes informaron que desconocían el suceso.
Le ofrecieron a la mujer una condena de veinte años de cárcel, en lugar de cuarenta, a cambio de sus cómplices.
"—Yo soy la única responsable. Que me castiguen con cuarenta años o los que sean. Mi hijo y mi yerno nada tienen que ver en esto.
—¿Qué hizo después de descuartizarlo?"
"La Tamalera” narró que lavó la sangre que se había derramado, escondió su ropa bajo el colchón de la cama, limpió cuidadosamente el hacha y el cuchillo que utilizó. La cabeza la hirvió y colocó dentro del costal el resto del cuerpo, que terminó debajo de la cama.
Arrancó trozos de carne de las piernas, que sirvieron para relleno de los tamales que vendió posteriormente.
Según La Prensa, tres años de infierno soportó María Trinidad al lado de Pablo. Ella vendía diariamente doscientos tamales; pero los domingos le iba mucho mejor.
Una mujer no identificada reclamó el cuerpo del hombre.
La asesina aseguró que su marido tenía otra mujer con la que se gastaba el dinero que ella obtenía de la venta.
La cabeza fue encontrada en la casa de Trinidad, el cuerpo tenía signos claros de asfixia.
"La Tamalera” fue encontrada culpable de homicidio calificado, inhumación clandestina y profanación de cadáver.
"—Deseaba matarlo, pero después no sabía qué hacer con el cuerpo y me dio miedo. Por eso le corté las piernas y la cabeza para que cupiera en el costal y el lunes a las cinco de la mañana lo llevé hasta afuera, lo subí al carrito que utilizo para vender los tamales y caminé hasta la colonia Justo Sierra, llegando a un lote baldío donde lo dejé.
—¿Nadie la vio en el trayecto?
—Se cruzaron en mi camino algunas señoras que iban a comprar leche a un expendio de la Conasupo, pero ninguna se me hizo conocida."
Los peritos médicos que la examinaron habían determinado que estaba sana mentalmente y que el crimen lo había cometido en un instante de "coraje maternal".
En 1995, Trinidad murió en prisión pasando a ser una leyenda mexicana.
El cineasta Juan López Moctezuma filmó la cinta El alimento del miedo en 1994 relatando la historia de Trinidad y, en 2008, la historia se incluyó en un capítulo de la teleserie Mujeres asesinas.
Pero esta historia también fue inspiración para canciones, como “La Tamalera” y “Dorita”.
Con información de El Debate