La manifestación de ayer para conmemorar el 51º aniversario del 2 de octubre de 1968 en la Ciudad de México no pasara a la historia y esa es una buena noticia.
Después de la marcha feminista y sus efectos mediáticos y políticos, las expectativas sobre la conmemoración de la matanza de estudiantes en Tlatelolco eran de pronóstico reservado.
Claudia Sheinbaum, la jefa de gobierno de la Ciudad de México, añadió un ingrediente extra a la olla de presión y dispuso de un operativo denominado “cinturón de paz” que anunció con días de anticipación. Dicho “cinturón” consistía en formar una gran cadena humana para inhibir los actos de “anarquistas” y radicales. Para ello se emplearía a más de 12,000 empleados del gobierno de la Ciudad de México.
Los riesgos del operativo eran latentes, pero Sheinbaum tenía que jugársela y demostrar que su gobierno era totalmente diferente a todos los que la antecedieron, cuando menos en términos de respeto a libre manifestación y a los derechos humanos.
El 02 de octubre conmemora uno de los momentos más trágicos y simbólicos del México contemporáneo, pero, sobre todo, nos recuerda la brutalidad del estado mexicano de aquel momento, que en su afán de contener las manifestaciones estudiantiles y de mostrar orden y gobernabilidad optó por la represión.
Sheimbaum proviene de esa generación que buscó por todos los medios el respeto a las libertades y los derechos, está en su ADN, y su actuación como Jefa de Gobierno no podía ser de otra forma, a menos que traicionará su propia condición histórica. Pero no fue así, en la marcha del día de ayer no hubo represión, no hubo antimotines sometiendo manifestantes, no hubo violencia generalizada, tal como algunas voces provenientes de la oposición y de los propios medios de comunicación lo advertían y quizá hasta lo deseaban.
En términos generales, el “cinturón de paz” le funcionó a la Sheinbaum, funcionó como a un mensaje claro para los ciudadanos de que estos gobiernos sí son diferentes a los demás. Fue un éxito en el sentido de mostrar que el gobierno de la Ciudad de México puede ser un mediador efectivo entre los grupos sociales de la capital. El mensaje fue muy claro: “aquí no se reprimen manifestantes”.
Los números parecen darle la razón al gobierno de la ciudad: 3 vidrios rotos, más de 10 mil manifestantes, algunos grafitis previsibles, 12 mil funcionarios del gobierno cobijando la manifestación.