El Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), es un partido sui generis desde su nacimiento como movimiento político el 02 de octubre de 2011. Una vez que su principal y quizá, único impulsor en ese momento, Andrés Manuel López Obrador perdió la presidencia de la república en el 2012, el “movimiento” se constituyó, casi de forma inmediata, en una asociación civil el 20 de noviembre de ese mismo año.
Para entonces, López Obrador era una figura desgastada y opacada por un joven presidente electo que prometía cambios sustanciales y representaba reformas importantes para el país en áreas estratégicas como la educación, la economía y el empleo. La imagen y el discurso de campaña de Andrés Manuel contrastaba con la de un “progresista” y dinámico Peña Nieto que le había ganado la elección, de forma contundente, por más de 3.3 millones de votos.
Con esos números, se había concretado el regreso del PRI a Los Pinos y con ello, una nueva oportunidad para el partido que había ejercido el poder de forma hegemónica durante 65 años. Además, el triunfo de Peña Nieto significaba también una nueva victoria de la clase empresarial que había sido privilegiada por el poder político desde inicios de la década de 1990, con el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari.
Eran tiempos de incertidumbre y desasosiego para un líder político que, ya para entonces, había gobernado la capital, había perdido dos elecciones presidenciales, había transitado por diferentes partidos y había recorrido la totalidad del país en varias ocasiones.
Sin embargo, el sueño Peñanietista se diluyó de forma abrupta y prematura, las reformas impulsadas desde Los Pinos no estaban diseñadas para “dar color” en el corto plazo y los escándalos de la Casa Blanca y los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos comenzaron a socavar la legitimidad del presidente, su proyecto de nación, su partido y a sus aliados dentro y fuera de la esfera política.
Estos hechos determinaron rápidamente el rumbo del sexenio y fungieron como poderosos filtros para evaluar las políticas del gobierno y el desempeño del presidente. Así, la corrupción, la frivolidad, la omisión, la torpeza y la insensibilidad fueron los adjetivos que se comenzaron a apropiar de la opinión pública cuando se trataba de definir al gobierno de Peña, percepción que se potencializó por unas redes sociales cada vez más reactivas y agresivas.
En estas circunstancias, un tenaz y persistente López Obrador comenzó a capitalizar, uno a uno, los yerros de Peña y a tejer una nueva historia, ganándole la narrativa opositora al PAN y al PRD. El “despeñadero” presidencial le daba la razón, una razón casi histórica: el PRIAN no sabían gobernar, privilegiaban a unos cuantos y eran partidos corruptos. En estas circunstancias y bajo esa narrativa, la utilidad electoral de Morena cobró una relevancia inédita en muy poco tiempo y el movimiento tendría que transformarse pronto en un partido político.
Finalmente, el 9 de julio del 2014 el INE otorgó a Morena su registro como partido político nacional. A partir de esa fecha, AMLO y Morena fueron uno mismo. La propia inercia del personaje central de la historia arrastraba voluntades, sentimientos y a un instituto político. Morena prácticamente “nadó de muertito”, capitalizando una campaña personal sostenida durante más de 12 años.
En estas condiciones llegó la elección del 2018; AMLO ganó de forma holgada y apabullante, dándole a Morena algo que parecía imposible pocos años antes: la condición de partido mayoritario en el país. AMLO lo había logrado, había ganado la presidencia con un partido nuevo y propio.
Sin embargo, una vez que AMLO asumió el cargo de presidente de la república se hizo evidente que Morena era más que un desastre, un riesgo latente para la legitimidad del proyecto. Así, desde el primer momento, quedó demostrado que el partido del presidente no estaba sustentando en disciplina y principios, que la guerra interna acabaría minando su poca institucionalidad y que sus líderes estaban lejos de asumir una visión responsable sobre el futuro del país, del gobierno y de su propio destino. Polevnsky, Luján, Delgado, Rojas, Monreal; todos han sido responsables de esta situación, todos tienen vela en este entierro.
Hoy Morena sigue en estado de coma, no tiene pies ni cabeza, no tiene fuerza propia, no tiene estructura, ni un proyecto real para enfrentar la decisiva elección intermedia del 2021. AMLO ha mostrado su pesadumbre y malestar, pero esto no será suficiente. No lo es.
Más vale que los responsables de llevar a Morena a esta situación se pongan las pilas y se pongan a trabajar con orden para sacar a su partido de terapia intensiva y llevarlo a la siguiente elección con cierto orden, un poco de dignidad y mucha estructura y liderazgos claros en todo el país; de lo contrario la debacle será monumental y el milagro de Morena se convertirá en una pesadilla, un lastre y un gran dolor de cabeza para el presidente de la república de cara a la segunda parte de su sexenio.
Mtro. Juan Luis H. González Silva
Profesor de la Universidad de Guadalajara