Por Jane de la Selva.
Desde los más ancianos recuerdos de la gente aquí en el pueblo, que decenas hay rayando los cien gracias al aire puro y trabajo de campo, México no ha cesado de padecer violencia de toda índole. La principal ha sido la dolorosa e incomprensible desigualdad social. No se veía luz en el camino hasta que llegara un gobierno realmente solidario que se le achicara el corazón al experimentar este flagelo a través del territorio, para que creara el balance de políticas económicas productivas justas, imponiendo con el ejemplo la ética al gobernar y comenzando así a limpiar la imagen tan deteriorada del Estado Mexicano.
En la era moderna, destacados los sexenios de Calderón y Peña, se tornó dicho horror violento en guerrillas torturadoras de cuerpos humanos—descabezados, embolsados, desmembrados, empozolados, colgados, rafagueados. Desde entonces los formatos vengativos de producir muerte o muertos portan intrínseco mensaje de advertencia, de pavor, un dejo de temor que siempre está en un resquicio de la memoria cuando sale uno a transitar calles o carreteras. Hoy es más probable toparse con esta latente violencia tanto en propiedades públicas como privadas. Secuestros, levantones, asaltos, violaciones, desapariciones forzadas.
Se instituyó entonces en el movimiento la idea o el concepto de “La República Amorosa”, tan criticado en su momento por los poderes fácticos que se oponían al liderazgo del hoy Presidente de la Republica. Porque era—y no ha dejado de ser—inaudito, lo que nos estaba sucediendo, los mexicanos perdíamos nuestro territorio por la feroz violencia vs violencia, se lo apoderaba la insaciable batalla consumidora de armas largas y de todo calibre, introducidas al país por la frontera norte, perdido el control por el debilitado gobierno mexicano sin autoridad moral y sin preparación, triunfando los astutos comerciantes clandestinos vueltos lobos hambreados en defensa de su ilegal pero productiva actividad, llevándose ambas partes a la indefensa sociedad entre la sangría.
Sabíamos aquellos que lo apoyamos, que Andrés Manuel no iba a seguir luchando para cambiar la situación de este círculo vicioso, de esta espiral que no se detenía, más que por la vía de la paz y de la legalidad. No habría con él ningún tipo se sublevación violenta para llegar a la presidencia que le correspondía desde el 2006, que muchos se la pedían; sería el pueblo mayoritario en acrecentada conciencia civil quien tendría que liberarse a sí mismo.
Opositores clamaban y regaban sin tregua la falsa noción de que el líder mostraba modos autoritarios, insensatos, agresivos, aprovechando el temperamento del tabasqueño quien siempre ha manejado a los opresores con florido léxico directo al grano, es decir, con transparencia, lo que era sumamente anormal en cualquier otro político, ya que no había esa costumbre sino justo la contraria, el gobierno solía practicar frente a la sociedad la apariencia y el disimulo siempre de espaldas al pueblo. AMLO es el primer dirigente mexicano que no practica la demagogia. Pero hoy le siguen endilgando “autoritarismo seguro” porque el pueblo igualmente votó por su proyecto en el congreso. Confundidos y confundidas, tantos años vociferando la misma falsedad, “¡Cuidado México! que su tendencia es atentar contra la ley y contra nuestras libertades, promover la imposición, la violencia y la división”.
Se ha expresado luego de la elección arrasadora que por fin le concedió al luchador social mexicano la justicia de gobernar la nación, que en estos históricos comicios quien le dio el gane fue “el hartazgo contra el PRIAN”, y aunque influyó, no fue eso lo que otorgó la victoria a MORENA sino que se debió principalmente a la templanza de carácter y a la natural tendencia de la mente y el corazón del tabasqueño que mantuvo a su gente ondeando la bandera del amor y la paz, para lograr que México renaciera como una “República Amorosa”--pese a quien le pese el término o contenido de esta gran frase que será ahora una realidad-- que sin importar las vejaciones a su persona, se continuó la resistencia y la protesta sin agredir a nadie hasta lograr el triunfo.
O sea, se podría decir que la persona inmune a la agresión por amorosa y pacífica resultando por ende en incondicional su solidaridad y entrega a la gente, fueron proposiciones que el pueblo de México valoró, que eventualmente se impusieron ante la ciudadanía por ser auténtico este deseo, auténtica la lucha por el ideal de nación donde el progreso vendría en base al trabajo redituado con programas sociales impostergables, en base a la creación de fuentes de empleo y el rescate de la producción para poder competir a otro nivel. Se logrará así paulatinamente la paz; ese avance palpable y no abstracto, hacia un estado de mayor bienestar para la sociedad marginada que por añadidura creará mejores condiciones de vida en general para todos los sectores. Tareas que sólo se pueden lograr en una “República Amorosa” e incluyente.
Aquellos que se han considerado fervientes enemigos de AMLO, para él no lo son realmente, sin importar sus actitudes o diatribas de ataque, porque los hechos sobre la marcha han hablado y habrán de seguir hablando por sí mismos, acallando bocas y plumas.
“Y porque nada se olvida, es que se perdona”. Porque nada se olvida, es que se trabajará en pos de la fraternidad entre nuestro pueblo diverso. Porque nada se olvida, es que se luchará por permanecer unidos cooperando en la conquista de la paz y el amor nacional. Porque lo queramos o no, viviremos juntos los próximos seis años esta labor de rescatar nuestro agredido territorio y mejor será hacerlo con el optimismo a flor de piel, gracias al verdadero cambio de políticas, a la certera vuelta de timón, a un gobierno en verdad solidario, cuidadoso de sus pasos hacia la generación económica y el alza de nuestra moral.